¿Qué es Allâh para los musulmanes?


Los árabes llamaban ilâh a todo aquello en cuya eficacia el hombre confía, de modo que a sus dioses los llamaban âliha, plural de ilâh. Pero cada palabra, en lengua árabe, no significa una cosa concreta sino una idea. Si empezamos a indagar realmente qué significa la palabra ilâh dentro de su raíz, empezaremos a tener matices que nos irán aclarando cada vez más lo que significa realmente la palabra ilâh en la mente de los musulmanes. Si traducimos la palabra ilâh simplemente por “dios” podemos empezar a confundirnos, y quizás en árabe signifique algo más importante o, por lo menos, diferente. En su raíz, significa “ser oscuro, o ambiguo”; en otra de sus etimologías significa “producir amor”, es decir, “enamorar”.

El ilâh sería aquello que atrae la atención absoluta del ser humano y éste cree en su eficacia y la acepta. Podemos traducirlo, quizás, como lo real o la verdad. El beduino, cuando considera algo como ilâh, lo que hace es dotarlo del estatuto del ser. Dentro del desierto, que es el paisaje que debemos tener en mente cada vez que hablemos del Islam y de sus orígenes, cada realidad y cada cosa tiene un significado especial, Dentro de ese espacio, una piedra puede estar revestida de un carácter muy especial precisamente porque se destaca, y al destacarse se convierte en referencia. Eso ya de por si es un ilâh, es decir, algo concreto, tangible y con poder.

De este modo, el ilâh es la fuerza espiritual que habita algo y que le da realidad, y por lo tanto le confiere solidez y eficacia. El Islam rompe con la idolatría, es decir, con la visión de que el ilâh o los âliha son muchos; y afirmará que es esencialmente uno: Allâh. y todo aquello que el hombre ha imaginado como eficaz no existe, y que sólo Allâh existe.

Hornacina en el mausoleo de Saladino, en Damasco.

Con esto entramos en la cuestión esencial dentro del Islam en general y del sufismo en particular, que es el hecho de que lo único real es Allâh y todo lo demás son espejismos. Este asunto nos plantea graves problemas, pues ¿qué hace que las cosas que nos rodean tengan una entidad que pueda afectarnos, si no son reales? El musulmán y el sufí saben que aquello que hace que las cosas tengan una eficacia es la presencia subsistente de Allâh en ellas; es decir, Allâh es el ser y lo comunica. Ahora bien, aquello con lo que tú te encuentras no es con Allâh sino con la apariencia que Él adopta en cada momento. Tu relación es con lo creado y no con lo esencial. Se nos empieza diciendo que Allâh es tan absolutamente distinto de cualquier cosa que tú puedas experimentar o imaginar que jamás lo vas a alcanzar, y que te confundirías muchísimo si pretendieras identificar a Allâh con cualquier cosa concreta o abstracta que se te ocurra. Es decir, se da por un hecho imposible desde el principio alcanzar a Allâh. Él no tiene límites, es el absolutamente presente y el infinitamente remoto y lejano.

En principio, ningún musulmán aceptará haber encontrado a Allâh y, por lo tanto, haberlo convertido, en un hecho concreto, pensable e imaginable y, en consecuencia, convertirlo en una meta alcanzable. Allâh es solamente lo que vas experimentando y encontrando a lo largo de tu vida, pero sin identificarlo jamás con nada concreto, y así evitar que se convierta en un ídolo que te impida seguir avanzando. Porque Allâh jamás tiene techo ni límites; simplemente llegarás a un vacío continuo que lo único que hará es ir alzándote en el conocimiento.

En uno de los capítulos del Corán hay una imagen muy bonita en la cual se nos habla de un personaje cuyo nombre podría traducirse como “El Amante, el Carpintero”. Parece haber sido un personaje histórico, un carpintero cristiano tallador de imágenes sagradas. Según explica el Corán, a su pueblo llegan una serie de profetas y él es el único de toda su ciudad en responder a la llamada de éstos. El comentario sufí es especialmente significativo. Pone en boca de Habîb las siguientes palabras: es el amor el que conduce hacia Allâh, y no la sabiduría. La sabiduría es un resultado, pero es fundamentalmente la necesidad del ser humano de encontrar algo consistente en esta existencia la que lo conduce hasta Allâh; y esa necesidad y esa inclinación constituye el principio del amor.

Habîb era un verdadero amante, un buscador de la verdad, y en el momento en que los profetas llegan hasta él, éstos le comunican ese aspecto infinito e impensable de Allâh. Hasta ese momento, él había estado confundido porque había dedicado su vida a labrar imágenes de Allâh, su amado, pero tratando de concretarlo en algo, es decir, intentando rebajar a Allâh a su universo de percepciones, cuando a lo que te invita el simple nombre de Allâh es a abrirte a lo infinito: “No me abarcan ni los cielos ni la tierra, pero sí puede abarcarme el corazón del hombre”. Es decir, el corazón del hombre puede abarcar algo que es infinitamente más grande que los cielos y la tierra, que el universo, que todo el espacio; y puede abarcar lo impensable, que es Allâh. Es la empresa que se propone el sufí.

También hay otra breve historia dentro del Corán que nos habla de Abraham, que relata el momento en que se sintió frustrado con los ídolos que adoraba su pueblo, decide abandonarlos y abandona su tierra. En ese momento sale la primera estrella de la noche y dice: “Eso es Allâh, porque ilumina.” Después sale la Luna, que apaga la luz de las estrellas, y dice: “¡No, no! Esto es Allâh, que es más grande.” Cuando pasan las horas sale el Sol y dice: “¡No! El Sol es mi señor; no puede ser ni las estrellas, que ya han desaparecido, ni la Luna, que ya ha desaparecido.” Pero llega la tarde y se pone el Sol, y se repite el ciclo. Entonces se dice: “Ahora sí me he dado cuenta: mi señor es Allâh.” Es decir, algo que trasciende cualquier experiencia que se pueda tener de las cosas. Él ya no define a Allâh, ya no sabemos qué es lo que realmente ha entendido que era su señor interior; simplemente ha superado el universo como imagen de Allâh para llegar a su corazón, a su sentido.

Esto es lo primero que debe tenerse absolutamente claro cuando se habla de Allâh. Homologarlo a algo definible es traicionar desde el principio el significado que tiene la palabra para un musulmán, el cual jamás ha visto ninguna imagen ni ninguna definición de Allâh. Allâh no es ofrecido a los musulmanes como una doctrina o como una serie de enseñanzas que aceptar, basadas en una visión convencional de la fe, sino como un auténtico desafío para crecer espiritualmente. No se lo define, sino que se lo sitúa como meta imposible de alcanzar. Y en ese progreso hacia aquello que es absolutamente imposible es donde el hombre va experimentando a Allâh.

Dice el Corán: “Allâh está cada día en un asunto distinto”, y esa es una frase clave. Es decir, lo mismo que a Allâh no puedes asociarlo a algo concreto porque Él siempre estará en un asunto distinto a aquel en el cual tú crees haberlo encontrado, tú mismo tienes que ser capaz de cambiar para aceptar una manifestación distinta de Allâh, fuera de tus juicios personales acerca de lo que sea lo bueno, lo malo, lo justo o lo injusto. Así, precisamente lo que pretendemos es trascender todo eso para llegar a intuir a Allâh, sin tener la descortesía de intentar definirlo de ningún modo. Eso es lo que hay que aceptar para empezar a entender qué pretende y cuál es la mentalidad de un musulmán cuando utiliza la palabra.

¿Si dentro del Islam no existe ninguna dualidad, cómo podemos pasar de nuestra percepción dual de toda la existencia a una percepción dentro de la unicidad más absoluta a la que nos invita el Islam? Para eso debemos ir rompiendo muchos esquemas que nos permitan simplemente asomarnos a esa otra dimensión de la existencia donde todo es Uno, pero siempre desde el equilibrio pues, según la perspectiva musulmana, no debemos olvidarnos de este mundo sino volver y vivir en él. Realmente, cuando el sufí acaba su búsqueda se encuentra en el principio del que partió. Parte del mundo y a él regresa, aunque con una percepción del mismo radicalmente distinta: un mundo transformado por la presencia de lo real, en el cual ya todo queda vinculado con todo en una percepción unitaria de la existencia. No obstante, el sufí jamás construirá una doctrina con esta o con cualquier otra afirmación y no ofrecerá a los musulmanes nada que deban aceptar por fe, sino simplemente les mostrará un camino a recorrer.

La progresión espiritual del ser humano, en la cual éste va alcanzando cada vez mayores niveles de sutileza, consiste en derribar todos nuestros ídolos y todas nuestras certezas de manera permanente, dentro de una peregrinación que él sabe que jamás puede tener ninguna meta, es decir, nunca se encontrará con Allâh. Dentro de la tradición musulmana, se nos dice que el profeta Mahoma tuvo una noche un viaje espiritual al Séptimo Cielo y estuvo cerca de Allâh, a “dos medidas de arco”; aunque nunca llega hasta Él. Porque llegar es absolutamente imposible, pues no hay donde llegar. No hay un fondo para la existencia ni un centro al que, llegado a él, se termina el camino, sino que siempre habrá, tal y como dicen los sufíes, un continuo alzamiento y un continuo despertar.

Texto condensado por Amanda Molas.

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