La imagen de Jesús

Jesus Oliver-Bonjoch 

Los primeros seguidores de Jesús de Nazaret, educados en la tradición judía, no habrían entendido la proliferación y el uso cultual de imágenes del Mesías; más bien les habría escandalizado la idea, pero los romanos tampoco podían entender una religiosidad sin imágenes. Así que, finalmente, cuando el cristianismo se fundió con la civilización romana -la nuestra-, los artistas comenzaron a pintar a Jesús en la oscuridad de las catacumbas y a esculpirlo en el mármol de los sarcófagos. Al principio como la figura alegórica del buen pastor y, luego, como un joven imberbe protagonizando algunos de los momentos descritos por los Evangelios, antes de que la difusión de la ‘vera icona’, misteriosamente impresa en la Síndone que se conserva en Turín, fijase los rasgos característicos del rostro de Jesús. Desde entonces, a lo largo de los siglos, Jesús ha sido pintado y esculpido de acuerdo con las convenciones iconográficas y estilísticas de cada época, y con la manera de hacer de cada artista.

A pesar de la extraordinaria diversidad de representaciones de Jesús en el arte occidental, en los últimos decenios he podido apreciar el uso creciente de iconos bizantinos en iglesias y en ambientes de plegaria, tanto ecuménicos como católicos o reformados. Entiendo que a los buscadores de una espiritualidad cristiana más actual no les inspiren las imágenes devocionales producidas en los últimos dos siglos, pero parece que tampoco sintonizan con ninguna de las incontables obras de arte de Occidente que han tratado de plasmar a Jesús, incluso las realizadas por los mejores artistas. Ciertamente podemos constatar que, en consonancia con el alejamiento de gran parte de los europeos occidentales respecto de todo lo que suena a religioso, hoy en día las grandes obras que representan a Jesús se valoran sólo por su calidad artística y por la relevancia de sus creadores. En cambio, con los iconos bizantinos sucede precisamente lo contrario, que son buscadas y contempladas por su dimensión espiritual y no por la artística, de acuerdo con el conservadurismo del arte cristiano de Oriente y con el carácter discreto, casi anónimo, de sus artífices.

A mí también me gustan y me inspiran los iconos, y me siento atraído por el arte que llamamos bizantino. Sin embargo, buscando una imagen de Jesús que pueda trascender la época en la que fue realizada, interpelar a los cristianos de nuestro tiempo y, de hecho, conmover a cualquier espíritu sensible, os propongo la obra maestra de un gran artista: ‘La vocación de San Mateo’ de Caravaggio*, que se encuentra en la Capilla Contarelli de la iglesia romana de San Luigi dei Francesi.


El Jesús de Caravaggio no irradia luz, sino que él mismo recibe la Luz que simboliza la manifestación de Dios y que se proyecta hacia Mateo, dando relieve al gesto con el que Jesús le invita a seguirle. El hiperrealismo casi palpable que logra Caravaggio, consigue liberar a Jesús de la aureola de personaje mítico y, por tanto, irreal, para convertirlo en un ser humano tan real como si se pudiera hacer presente en la cotidianidad del observador del cuadro. Y el rostro de Jesús transmite una cierta fragilidad –¡Lejos de la omnipotencia del Pantocrátor!– e inspira una ternura que nos lo hace todavía más cercano.

Se ha dicho de Caravaggio que, con su uso de la luz y su manera de ‘poner en escena’ a los personajes, no sólo se anticipó varios siglos a las posibilidades técnicas y lumínicas de los teatros actuales, sino también al lenguaje teatral moderno y al cinematográfico. No es extraño, pues, que inspirase al director de cine, y también compatriota suyo, Franco Zeffirelli al aceptar el reto de convertir en película la vida de Jesús de Nazaret.


*Podéis contemplar una fotografía de alta resolución de este cuadro de Caravaggio en la página de Factum Arte.

Artículo publicado en Creure i Saber (núm. 4, octubre de 2015).

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