La contracultura de Salvador Pániker

Salvador Guasch

Encontré y conocí a Salvador Pániker recogiendo frutos de los años 60, llenos de las inquietudes contraculturales de las que él se hizo portador en las ediciones de su editorial Kairós. Fue a finales de los años sesenta, cuando Luis Racionero estaba en la Universidad de Berkeley, en el Oeste americano, y yo en el Este en la Universidad de Harvard, en el 68 y 69, después del mayo francés y de la revolución hippy. En la capilla de Cambridge, en Harvard, me encontré con Raimon, sacerdote y hermano de Salvador. También tuve un profesor excelente, Harvey Cox. Todo ello mientras se estaba cociendo un nuevo amanecer lleno de esperanzas apocalípticas y de cambio de valores.

Cuando volví a Cataluña a finales del 69 inicié el contacto directo con Luis Racionero que había llegado de Berkeley. Valorando su visión me abrió a sus nuevas actitudes y me ayudó en temas personales. Al mismo tiempo estuve en contacto con Pániker, un hombre de síntesis, amante de la dignidad que explicitó y concretó a través de su apuesta por la muerte digna. Los tres, muy interesados en un mundo contracultural que vivíamos intensamente, nos abrimos por diversos caminos hacia nuevas metas.


Recojo y sintetizo ideas que últimamente han aparecido en la prensa de Cataluña y que transcribo a continuación.

El origen de Salvador fue mestizo, hijo de indio y catalana. Era de ciencias y de letras, ingeniero y filósofo, profesor y escritor; fue editor y diputado efímero. Esas dualidades hicieron que buena parte de su trayectoria estuviera presidida por la idea de tender puentes: entre Oriente y Occidente, entre distintas ramas del pensamiento. Como editor, fundó y dirigió mucho tiempo la editorial Kairós, atenta a los amplios mundos que a él mismo le interesaban desde el pensamiento oriental a la contracultura. La herencia india es esencial en su pensamiento, como lo fue en el de su hermano Raimon y continúa siéndolo en el de su hijo Agustín.

En su obra de escritor destacan los libros de memorias y diarios: Primer testamento, Segunda memoria, Cuaderno amarillo, Diario de otoño y Diario del anciano averiado. Otros títulos son elocuentes sobre sus preocupaciones: Los signos y las cosas, La dificultad de ser español, Conversaciones en Cataluña, Conversaciones en Madrid, Filosofía y mística o Ensayos retroprogresivos.

La retroprogresión, era importante en su pensamiento: una conciliación de contrarios, típica del pensamiento oriental, con la que pretendía aunar mística y racionalidad. Aunque el pensamiento oriental le enseñara la conveniencia de superar el ego, en sus libros más personales no solía mostrar el vicio de la modestia, en materia sexual, por ejemplo, aunque sí tuviera la discreción de referirse a sus amantes sólo con una inicial. El erotismo era esencial en su vida y en esos libros confesionales. Sólo en el erotismo, decía, encontraba la incandescencia de fondo, sólo en la intimidad encontraba la trascendencia este hombre que se declaraba agnóstico y místico a la vez, probablemente también en la música, en Bach.

Pániker ha muerto a tiempo de ver cómo una de sus largas batallas, la del derecho a morir dignamente, se abre paso. Él confesó haber ayudado a morir a algunas personas que se lo pidieron. Vitalista que reconocía el nihilismo, pensaba que la vida estaba para ser vivida antes que para encontrarle un sentido.

Una entrevista de hace unos años en este periódico, ponía el acento en algunas contradicciones de Pániker. La defensa del mestizaje unida a la necesidad de un cierto control de la inmigración; su carácter libertario y contracultural y su moderación política. O la presencia de la enfermedad como compañera de su vitalismo y su optimismo. La enfermedad, decía, era un necesario correctivo para su narcisismo. Era, en fin, místico y competitivo a la vez. Sostenía que había que dedicar la segunda parte de la vida a la destrucción o superación del ego que debía haberse construido en la primera mitad. Hizo de la curiosidad intelectual una bandera y un recurso contra los estragos de la vejez, lo que le permitió asomarse a la décima década de su vida, lúcida y despierta. Su estilo literario era directo, nada florido, seco y penetrante. Aleixandre lo definió una vez: era un poeta que no sabía que lo era.


Foto: Marina Vilanova.

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