Willigis Jäger

Lo más íntimo de nosotros es no-nacido e indestructible. Únicamente en el fondo atemporal encontramos sentido e interpretación para nuestra vida, y caemos en la cuenta de que nuestro centro auténtico no pertenece a nuestro yo. Pertenecemos a algo mayor, que es lo único capaz de procurarnos sentido y seguridad. Tenemos la intuición de que debe haber algo más grande. Es el recuerdo de la unidad de la que procedemos.


Nuestra “conciencia cotidiana” no interpreta el fondo de nuestra existencia. Nos hemos fabricado un sistema de coordenadas consistente en genes, familia, educación, escuela, relaciones y sociedad que se nos figura real, y con cuya ayuda intentamos interpretar nuestra existencia. Pero no es más que un modelo que nos hemos creado para asegurarnos una patria en el vasto espacio universal. También la religión forma parte de ese sistema de coordenadas. Es el intento de interpretar nuestra existencia. Es un modelo que intenta explicarnos nuestro sitio en el universo. Pero no deberíamos tomar como absoluto ese modelo. Todo modelo es el intento de interpretar un suceso cósmico que, al fin y al cabo, resulta inconcebible.

Jäger, W. (2008): Sabiduría de Occidente y Oriente. Visiones de una espiritualidad integral. Bilbao, Desclée de Brouwer. Pág. 30.


Para esta “terrible falta” de dar la espalda a Dios sólo podía haber una reparación inconmensurable: la muerte del hijo de Dios, Jesús. De acuerdo con esto, Jesús tuvo que soportar un castigo que en el fondo debía recibir toda la humanidad. La teología del sacrificio, propia del Antiguo Testamento, fue integrada en el cristianismo. La muerte de Jesús se considera el rescate por la liberación del hombre de las manos de Satanás y como restitución de la gloria de Dios. Tal comprensión presupone una comprensión de Dios completamente arcaica. Dios se convierte en rey, juez y ejecutor del cumplimiento de las penas merecidas por el pecado y, con ello, se vuelve finalmente un ser grotesco.

El concepto de un ser que castiga es uno de los más graves errores de las religiones. No podemos ofender a lo que llamamos Dios. Esto corresponde a una idea infantil que no deberíamos integrar en una fe adulta. Un Dios, al que las personas pudieran ofender, sería una figura ridícula.

Jäger, W. (2008): Sabiduría de Occidente y Oriente. Pág. 58.


En este camino nos vamos abriendo cada vez más a lo que hay. Por ello, el camino no consiste en hacer, sino en soltar. No se trata de alcanzar nada en este camino, se trata simplemente de llegar al lugar donde ya estamos y donde siempre hemos estado. Se trata de irrumpir a nuestra naturaleza auténtica. Allí no existe ningún objeto. Nuestra naturaleza verdadera es vacía, omnipresente, quieta y pura. No ganamos nada nuevo. Tan sólo despertamos. Por eso, sería mejor hablar de un despertar en vez de iluminación. Tampoco hay nada que se reciba de un maestro. Éste únicamente puede ayudar al discípulo a despertar. Ese espacio que se abre es [...]

Jäger, W. (2008): Sabiduría de Occidente y Oriente. Pág. 81.


Me gustaría que hubiera teólogos que, como los Padres de la Iglesia de los siglos posteriores a Cristo, volvieran a plantearse la pregunta: ¿Qué significa Jesús para las personas del siglo XXI? ¿No arrastramos en nuestras creencias demasiados conceptos de hebraísmo, helenismo, paulismo, romanismo y, con ello, una visión anticuada del mundo? Muchas personas hoy día no entienden el lenguaje y las imágenes que oyen repetir constantemente.

Jäger, W. (2008): Sabiduría de Occidente y Oriente. Pág. 96.


Para el autor la importancia no radica en la exégesis de estos textos según la forma tradicional, o sea, basada en la historicidad de los sucesos que se relatan, ni tampoco en la intención consciente del autor bíblico, ni en su posterior transposición a los tiempos actuales.

Los textos bíblicos, igual que muchos otros textos místicos, sirven aquí más bien de testimonios e indicadores para el acceso a la fuente de la que provienen: la experiencia de la intimidad y unidad con Dios. Se trata siempre de esa fuente y del acceso a ella, así como de los efectos de esas “experiencias de la fuente” sobre las personas que se sienten atraídas por ella o que ya se han encontrado con ella y son alimentadas por ella. […] Así que el tema central no lo constituyen las intenciones conscientes de los autores sino sus testimonios, incluidos los inconscientes, de una experiencia religiosa profunda.

Lengsfeld, P.: “Prólogo”, en Jäger, W. (2005): Adonde nos lleva nuestro Anhelo. La mística en el siglo XXI. Bilbao, Desclée de Brouwer (ed.or. 2003). Pág. 12.


Con ello se ha producido un cambio en la función de la religión. En vez del antiguo modelo de los tres pasos: “creer-comprender-practicar”, el nuevo paradigma es ahora: “practicar-experimentar-comprender”. En primer lugar está la práctica. No la teoría ni tampoco ningún concepto teórico. […] La función de la exégesis no consistiría ya en “traducir” a nuestra época el sentido de sucesos acaecidos hace muchos años, sino en hacer posible que la luz percibida antiguamente penetrara y fuera de nuevo operativa en el contexto de nuestra época.

Jäger, W. (2005): Adonde nos lleva nuestro Anhelo. Pág. 17.


Dios –o cualquier otro nombre que se le quiera dar a esa Realidad originaria– ya no es alguien frente a mí, ya no es una persona que recibe mi adoración y a la que me puedo dirigir en mis oraciones. Entonces, la pura apertura y la entrega a lo inconcebible se vuelven oración. Es lo que Eckhart considera la experiencia de la divinidad, que comienza cuando “Dios” ha muerto: “Por eso ruego a Dios que me libre de Dios, porque mi ser esencial está por encima de Dios, en cuanto entendemos a Dios como origen de las criaturas” (Eckhart).

[…] la idea mágica de Dios desapareció ante la idea mítica, y el concepto mítico retrocedió ante la idea mental-psíquica. Esto se podría expresar también de la forma siguiente: la idea prepersonal dejó paso a la personal y ésta, a su vez, a la transpersonal. Así la “divinidad” no es solamente el punto de partida de la evolución, sino también su meta. Pero la meta está siempre presente en el aquí-y-ahora. Es atemporal y, por ello, alcanzable en cada momento; alcanzable no se refiere a nada que exista en el futuro, se refiere a la irrupción de la divinidad en el momento presente.

Jäger, W. (2005): Adonde nos lleva nuestro Anhelo. Págs. 32-33.


Foto Michael Peuckert

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